
El cigarrillo acabó de apaciguar mi compungido espíritu. La calma comenzó a llegar por un instante y la sensación de paz por todo mi ser fueron desde este momento la constante. Comencé a sentir intensamente los sonidos de los insectos que nos acompañaban esa noche y cada sonido a su vez era acompañado de un juego de imágenes juguetonas, luminosas. Sentía además el poder del taita que incluso y pese a no hablar un instante, con solo mover su ramita y soplar su aliento como invocando las energías de la madre selva, era capaz de hacer cambiar la visión o la sensación que se sentía en cada momento.

Los colores danzaban mientras que los espíritus ancestrales de la familia llegaban a visitarnos. Sentía que encima de la maloca y por fuera estaban volando tres grandes taitas que agitaban sus ramas o wairas y nos acompañaban en la ceremonia con cantos y

rezos, y tres árboles que estaban ubicados a unos 50 metros de la maloca y de frente a la entrada, se movían rítmicamente con ayuda del viento. Los árboles parecían tener voluntad propia y entre sus ramas veía rostros de ancianos como los de los famosos árboles del Capítulo II del Señor de los anillos. La magia circundaba por todo el ambiente y mi amiga tirada en el piso no podía siquiera levantarse. El remedio estaba muy fuerte.
Recordé que cargaba mi armónica y entonces decidí acompañar la noche con su sonido celestial. Me levanté con dificultad y bastante mariado y subí hacia la habitación temporal que nos habían asignado dentro de la maloca. Ya con mi preciosa dulzaina, salí y me dirigí hacia la fogata que había ubicada en el centro del gran patio redondo y que estaba al frente de la entrada. Allí estaba nuestro amigo Siux, sentado en el suelo, aparentemente muy tranquilo, meditativo… no quise interrumpir su trance.

Me senté en la única silla que había alrededor de la fogata, miré hacia el cielo y uauuu, miles de estrellas danzando, algunas multicolores, otras inmensas doncellas titilantes. La constelación de escorpión, mi signo zodiacal, ha estado presente durante todo el viaje y en esta noche mágica no hubo excepción. Antares, su estrella más brillante, parecía que me hablaba entre destello y destello. Yo feliz de ver tanta grandeza tuve entonces la dicha de observar una gran estrella fugaz que cruzó por todo el firmamento, de extremo a extremo… recordé entonces la magia de estas estrellas y que me fue revelada en otra noche intensa allá en la selva del Putumayo.
Miré a mi amigo sentado al frente de la fogata, sonreímos como niños que disfrutan enormemente una chupeta, y entonces pedí permiso para hacerme a su lado. Pude cruzar un par de palabras con este mágico ser, compartimos un exquisito tabaco, tomé mi armónica con su consentimiento y comencé a tocar.
Cada nota era un color y el sonido celestial parecía llamar a los ángeles del cielo. En mi mente veía colores que bailaban y se

entremezclaban entre sí hasta que una sensación mayúscula de paz incursionó en el ambiente. El ritmo de mi armónica cambió, comencé a tocar una marcha y una vez más, sentí la presencia de seres invisibles, seres de luz, que bajando del cielo se deleitaban con la melodía balanceando su perfecto cuerpo de lado a lado. Sus rostros resplandecientes estaban acompañados de una grata sonrisa de satisfacción.
La alegría se apoderó del lugar, me levanté y comencé a danzar alrededor del fuego haciendo zapatear mis pies en cada paso que daba y haciendo pequeños círculos mientras que me movía alrededor del fuego. Sentí una vez más que un viejo espíritu se apoderaba de mi mismo ser… cuan indígena soy!

La noche transcurrió así, llena de poder y magia. Cuando terminé de danzar, decidí invitar a uno de los participantes que estaba ubicado en una lejana silla y en el exterior del círculo, y que vomitaba constantemente. Accedió y lo ubiqué en la silla que estaba al lado de la fogata. Mi amiga Lore en ese momento salió tan desubicada como lo estaba el sujeto de la silla. Me alegró verla nuevamente de pié, salí a su encuentro y la abracé. Ella quería vomitar pero por alguna razón le era difícil. La invité entonces hacia la fogata, tomé un tabaquito y lo ofrendé al fuego, llevaba consigo una intención. Nuevamente la armónica sonó pero esta vez la melodía fue acompañada del sonido de la vomitada de mis tres amigos que sin estar de acuerdo, comenzaron a aliviar en simultánea.

Una vez mi amiga se repuso, entramos nuevamente a la maloca. No se la hora exacta pero en todo caso era la hora para iniciar con la limpia. Momento especial de toda toma de ayahuasca. El delicioso sabor que tiene sentir el poder de las manos y del ser que tiene un hombre como el taitica Casimiro, me hizo pensar que había valido la pena ir al purgatorio, entrar al mismo cielo y recibir tantas bendiciones de parte de un ser tan bello como él. shhhhhhhhhhh

Después de la limpia y yo ya acostado, seguí viendo cosas muy lindas, me arropé sintiéndome amado por la tierra, amado por el fuego, amado por el cielo, amado por el agua, amado por el abuelita ayahuasca, pero sobre todo, amado por DIOS.
Taita Watanka, gracias por esta hermosa cosecha!
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Fotos tomadas de:
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